viernes, 18 de febrero de 2011

JALEOS


JALEOS

- Pauli, te he dicho mil veces que no me pongas la leche hirviendo joer, ¿Qué quieres escaldarme la lengua?
- Ojala se te escaldara…
- ¿Pero qué mosca te ha picado? Siempre te levantas con el morro torcido.
- ¿Con el morro torcido? Mira, Óscar, no me hagas hablar, te lo pido por favor. –Óscar tras un prolongado suspiro cogió, desganado, la bolsa de magdalenas y se sentó dispuesto a desayunar.
- Pues nada, otro día de ejercicios espirituales. ¡Qué asco de vida!
- ¡Asco de vida la mía!
- Mira, cari, cuando te tranquilices hablamos lo que quieras, pero a mí estos números no.
- ¿Lo ves?- Gritó dirigiéndose a la encimera- ¡Me hablas como la Súper Nani a los niños de 4 años! ¿Qué te crees que soy? ¿La chacha? ¿la sucursal del banco de España? Pues no guapo. Estoy harta de mantenerte, de no pintar nada, de no sentirme querida, de estar seca por dentro y por fuera. ¿Te enteras?
- Mira, hija, se me han quitado las ganas de magdalenas. Te las comes tú si quieres, y te bebes el vaso de leche que parece que lo ha traído el mismo Satán del infierno.

Óscar se levantó de la mesa con intención de irse, inmediatamente, a la calle. Pero los sollozos de Pauli le hicieron parar en seco.

- Uy uy uy... ¿Ahora empiezan los lloros? ¿Pero a qué viene todo esto churrita? ¿es por qué ayer llegué un poco tarde? –Se acercó a Pauli y la abrazó por detrás mientras la besaba en el pelo. – Pauli, estuve hablando con varios empresarios serios. Te lo iba a contar pero como me has montado este pollo he preferido esperar a que estuviéramos más calmados. Venga, deja ya de llorar mujer y te explico.
- Déjame Óscar –Pauli se soltó del abrazo y se puso a limpiar frenéticamente la encimera de la cocina- siempre estás igual, nunca escuchas lo que te digo.
- Claro que te escucho. Pero escúchame tú. Que esta vez es cierto, que se acabó tocar en bodas y fiestas de pueblo Pauli, que voy a grabar un disco. Con una banda de verdad. De jazz. Me harán una prueba en unas semanas y si todo va bien me llevan al festival de Vitoria y vete a saber lo que vendrá luego. ¡Es la ostia Pauli, que puedo oler el éxito desde aquí!
- Pues yo solo huelo tu aliento de borracho y el olor a miseria. –Contrariado, Óscar intento auto-oler su aliento.
- Qué quieres ¿qué hable de negocios tomando un Cola Cao? Y lo de miseria… Es que te gustan los dramas Pauli. Si, si, no me mires así. Te gustan los dramas más que a un tonto un lápiz y punto.

Pauli le miró con ira y luego se sonó los mocos sin pronunciar palabra.

- Mira me voy. Ya nos veremos más tarde.

Óscar se bajó al bar de la esquina. Se pidió un vaso de leche, templado, y una porra.

- ¿Mal día? –Preguntó el camarero.
- No lo sabes bien Elías. De verdad que paso de tener novia y de todas esas mierdas.
- Todos los que pasan por esta barra están igual.
- Pues qué bien. –Óscar se sacó un pitillo y se dispuso a encenderlo.
- De eso nada, ya sabes que está prohibido.
- No me jodas Elías… - Mirando alrededor abrió los brazos como diciendo “no hay nadie”
- ¡Que no! ya hemos tenido varias denuncias y las multas me las descuentan del sueldo.
- Pues nada ¡A tomar por culo! –Tiró el cigarro y lo pisoteó con ira.
- Lo siento de verdad. Que yo no hago las leyes. –Se disculpó Elías centrando toda su atención en limpiar la cafetera.
- Que no es eso. Que estoy metido en un lío que te cagas. Y estoy acojonado.

Resoplando una y otra vez se rascó la cabeza con desesperación.

- La he metido a la Pauli unas bolas de flipar. Que si he hablado con unos empresarios, que si tengo prácticamente un contrato cerrado… Y lo peor, saqué de la cuenta de ahorros los 6000 Euros que teníamos, casi todo de ella la verdad. Y no la he dicho nada.
- Pues sí hijo sí. Tienes una gorda encima. ¿Y qué has hecho con la pasta?
- Eso es lo peor. Se lo di a mi hermano. ¿Qué quieres que haga Elías? Es mi hermano, mi hermano pequeño –Recalcó dándose con el puño en el pecho- Tenía el chaval un asunto muy feo por una partida de cartas. Y se lo di. Pero como se entere la Pauli, ya no es que me deje, es que me denuncia. Si hoy, sin hacer nada, estaba como una leona no me imagino la que va a montar cuando se entere. Estoy hasta las pelotas.

Elías sin más comentarios, se fue a atender a otros clientes que entraban por la puerta. Las 10:30 es una hora de mucho trajín en el bar.

Óscar mirando fijamente su vaso de leche parecía estar absorto en pensamientos muy profundos. Mordisqueó la porra y bebió un largo trago. Había conocido a Pauli 4 años atrás. Ella tenía 28, él 29. Recordó los primeros tiempos. Esos momentos insuperables, dónde no parece que uno respire aire sino amor. Los días se llenaban con besos, risas, música y pasión. Pauli se desvivía por él. Óscar despistado y despreocupado por las cosas materiales empezó a acostumbrarse a que ella se hiciera cargo de los asuntos más engorrosos: revisiones del vehículo hasta que lo tuvieron que vender, que también se encargó ella, pago de facturas, asuntos de contabilidad domesticas, médicos, contratos, créditos, compras… Por no mencionar el hecho de que se fue a vivir a su apartamento por la cara. Sí que hacía aportaciones, bastante suculentas, pero muy espaciadas y últimamente invisibles. Hicieron viajes inolvidables, vivieron momentos únicos pero todo eso ya había pasado. Ahora sólo quedaba el hecho de que Pauli estaba hasta los cojones de él. Y ahora que lo pensaba, no le faltaba razón a la mujer. Él no era su pareja, era como hijo de 33 años totalmente dependiente y chupasangres.

Se limpió con una servilleta de papel los dedos del aceite de la porra. Dejó unas monedas sobre el mostrador y con decisión salió.

- ¡Suerte! –Le gritó Elías, pero no le contestó.

Subió a casa. Perfecto ella no estaba, así que directamente cogió el contrabajo y se fue escaleras abajo con tanta prisa que parecía que algo o alguien le perseguía.

Esperó el bus. Línea amarilla, número 37. Se sentó con el contrabajo entre las piernas. Le sudaban las manos y el corazón le palpitaba deprisa. No quería pensar demasiado. Se concentró mirando el paisaje por la ventana. La ciudad, la gente…. Una melodía le empezó a sonar en la cabeza, era como un video clip, su música en la cabeza y las personas, los semáforos, el humo, papeleras, coches y edificios desfilando ante su atenta mirada.
Se bajó, cruzó la plaza de la Concordia, enfilo por la estrecha calle San Lorenzo, subió las escaleras de piedra del pasaje de Cuchillería. Atravesó el arco de San Juan y finalmente llegó ante la puerta de madera del Jazzbank. Llamó repetidas veces. Se encendió un cigarro esperando que le abrieran y por primera vez en el día, se concedió una respiración profunda que le alivió parte de la tensión que le atenazaba.

- Óscar… -Saludó el viejo Luis Rivero- ¿Qué te trae por aquí?
- Déjame que apague esto y te cuento. –Dando una última calada tiró la colilla y pasaron dentro.
El Jazzbank era una tienda de instrumentos, pero al entrar no lo parecía. Era como un palacio de relax. Luz tenue, suelo de madera oscura cubierto de alfombras mullidas. La música siempre sonando, butacas y sofás, estanterías con libros y cuadros de grandes músicos y solistas. También había una pequeña barra donde siempre el viejo Luis te servía una copa reconfortante. En la trastienda los tesoros. Y aún más al fondo un patio, cubierto de hiedra, donde las noches de verano se daban modestos conciertos, tanto de música clásica como de jazz. A Luis le gustaba dar oportunidad a jóvenes bohemios enamorados de músicas alternativas.

-Quiero vender esto –Soltó Óscar haciendo un gesto con la cabeza.
- ¿Tu contrabajo? –Asintió- Por qué.
-Porque debo hacerlo Luis. Créeme que no es nada fácil, pero ahora mismo es lo que tengo que hacer. Sé que no compras segunda mano, pero mi contrabajo es una joya.
- Lo es. – Luis Rivero hizo una pequeña pausa y luego le señaló con el dedo- Aunque la verdadera joya eres tú.
- No, no Luis, no. No quiero empezar con esto. Son muchos años de dedicación. Amo la música, lo sabes, pero tengo 33 años, una novia que me va a cortar las pelotas y no puedo seguir estirando esto. No puedo seguir esperando que un sueño se haga realidad. No puedo. En serio no puedo.
- Vale vale… Tranquilo. ¿Te pongo algo?
- ¿Tienes patxaran?
- Vaya sí que le das fuerte a estas horas –Comentó sirviéndole la copa- Entonces dime, cuánto pides.
- Pues como bien sabes un Johannes Rubner ¾ del 57 perfectamente listo para su uso y disfrute, con flight case nueva y un arco Paesold, modelo alemán, bien vale 7000 Euros.
- Uh… 7000 Euros… Eso es mucho hijo.
- Vamos Luis, este contrabajo lo tocó el mismísimo Jimmy Blanton
-¿Pero cómo te atreves Óscar? –Exclamó Luis soltando una carcajada- No me vengas con esas. ¡Blanton murió en el 42!
- ¡Vale pues entonces lo tocó Charles Mingus o John Kirby! Quien tú quieras.-Gritó Óscar, presa nuevamente de la desesperación.
- ¡Eh! Tranquilízate muchacho. –Hizo una pausa- Te daré 6.600
-¡Hecho!
- Pero no te lo volveré a vender. Jamás. Ese el trato. Si decides desprenderte de un sueño y de tu talento, tendrás que ser consecuente con ello. Quizá toques otros, pero este, ya no. Piénsalo.
- Muy bien –Óscar tragó saliva para deshacer un nudo invisible que le estaba dejando sin aliento- Si eso es lo que quieres, así lo haremos.
- No, eso es lo que quieres tú.

Salió de regreso a casa, con su cheque en el bolso y los ojos arrasados de lágrimas.

Entró decidido a hablar. A escuchar y a decir verdades. Hubiera sido fácil ingresar el dinero en la cuenta, pero no quería un camino fácil. Quería el camino de la verdad. Quería estar con Pauli y volver a esos primeros tiempos de amor y confianza. Cambiaria y si las cosas les iban bien compraría otro contrabajo y conseguiría su sueño, sin mortificar al amor de su vida. Buscaría un trabajo convencional y desterraría para siempre las mentiras y el tabaco. Sería mejor que empezar de cero. Pero al llegar a casa Pauli no estaba. Quiso comer, pero no le entraba nada. Se sentó frente a la tele. Luego frente al ordenador. Entro en la web del Inem para buscar trabajos. Echó un vistazo a su curriculum. Luego entró en el foro de jazz. Nuevos conciertos. Repasó las agendas de las salas y cafés con actuaciones de la ciudad, del país, del continente y luego las de USA. Nada, que no llegaba. Se tumbó en la cama. Las 5. ¿Estaría trabajando? Sí, puede hiciera turno de tarde en la tienda. No se acordaba. Después de una siesta llena de sobresaltos y malos sueños, se tomó un café. Leyó. Tic tac. Se le habían quitado las ganas de hablar y de todo. Se puso una peli. Dos pelis y un capitulo de una serie basura. Las 10. Sonó la cerradura de la puerta de casa.

- ¿Pauli? –Pauli dejó las llaves en el cajón de la entrada. Escuchó como colgaba el abrigo y el bolso en el perchero. La cremallera de las botas y luego los pasos. Él se incorporó en el sofá. Ella apareció cruzada de brazos. – ¡Pauli! llevo todo el día esperándote.
- ¿Si? Vaya novedad. Normalmente es al revés.
- Venga deja de darme caña. Ven aquí. Tenemos que hablar.
- Si tenemos que hablar. –Pero no se acercó al sofá.- Estaba mañana he ido al banco. –Óscar sintió como una bocanada de fuego le nacía en el estómago y se aparcaba justo en su boca.
- Te puedo explicar…
- ¡No me vas a explicar nada! Me has robado y esto ya es la gota que colma el vaso. No has tenido suficiente con tus mentiras y con tu comportamiento de malcriado que encima me robas.
- A ver Pauli, que ese dinero también era mío.
- ¿Sabes qué? Que me alegro. Que me he sentido atormentada muchas veces pero ahora solo puedo sentir alegría.
- ¿Alegría de qué?
- Mira vete de mi casa.
- Pauli, alegría de qué –Insistió él
- ¡Que te vayas!
- No me voy a ir hasta que me contestes.
- Alegría de haber conocido a otra persona que me trata y me valora mucho más que tú. Y que conocí gracias a que no te presentaste en la consulta de mi médico cuando habíamos quedado que me acompañabas. –Óscar se dejó caer en el sofá, derrotado- ¡Ahora vete!
- ¿Me has estado engañando con otro?
- ¡Vete! – Y la Pauli se dirigió al estudio- Y no te olvides de este trasto de mierda que es tu verdadero amor. –Quería arrastrar el contrabajo hasta la misma puerta de la calle pero no estaba allí. No estaba presidiendo la habitación, brillante y altivo, como siempre. Entonces se quedó muda. En el atril de las partituras había un cheque.

Lo siguiente que escuchó fue la puerta de la calle. Un portazo que sonó como un adiós para siempre

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